lunes, 13 de junio de 2011

Chile y Argentina en el Largo Sendero de la Historia Mapuche

                                  


“Los incendios de cementeras listas para la cosecha
alumbran el estrellado cielo de la frontera”

                                                                                                        


Sábado por la tarde. Junio y el sol brilla estival. Las noches son más largas y los días más cortos. Me he sentado mirando revivir mi huerta florida  con el ya próximo veranito de San Juan. Podría estar sentado aquí mismo, a orillas del río Maipo, mil años antes, 500 antes que escuchásemos hablar por primera vez de España y del Papa. La gente estaría en sus casas cerca de los canales y prepararía las fiestas del fin de año. Entonces no sería el santo el festejado sino el Año Nuevo, se habrían secado y caído las hojas, entonces sería We Xipantu.


El rey Felipe II, contaba Domingo Curaqueo padre, mandó que sus servidores del Reino de Chile expulsarán a los mapuche de las cercanías de Santiago y los hicieron formar pueblos de indios como Melipilla o Buin; además debían ser bautizados con nombre de santo y apellidos de cristianos y en español.


Durante la Colonia los españoles solían llamar Chilenos a los mapuches. Chileche o araucanos. Por su parte los incas aseguraban haber bautizado en aymara estos territorios como lugares fríos, Chile-Suyu. No había más chilenos que los pueblos originarios que la habitaban y que no eran ibéricos. Los curas hábiles en la tarea milenaria de la dominación. Habían aprendido de sus dominadores los romanos el arte del control de nuevas mentalidades a través de la imposición de creencias. Los cristianos impusieron el nombre de Juan y Juana a muchos de los nacidos. Así la atávica fiesta de fin del año agrícola mapuche se comenzaba a subsumir en el oscuro manto de la superposición de ritualidades. La victoria cristiana no sería eterna ni absoluta. La verbena permaneció inmanente hasta ser develada a inicios de los 80. El cristianismo fue victorioso en muchas fiestas religiosas que hoy se mezclan, practicó el sincretismo sin tregua. El principio de la empatía de Carl Rogers no había nacido todavía.


Los conquistadores no vieron la enorme riqueza de la diversidad que destruían. No descubrieron, sino encubrieron. La mentalidad de conquista venía impulsada por el sentido empresarial ya presente en la Europa en expansión. Por eso no es extraño notar coincidencias tan cercanas si yuxtaponemos la invasión de América y los intentos de capitales transnacionales por construir en la Patagonia una central Hidroeléctrica. Hace 500 años llegaron preguntando si teníamos oro, y hoy preguntan si tenemos teléfonos, agua potable, electricidad, carreteras por  concesionar o Patagonia sin represas.


Los días transcurren con noches frías y días cálidos. Asistiremos a una antigua fiesta de la sociedad original. La fiesta del nuevo ciclo del Sol. La nueva Salida del Sol, We Xipantu. En la larga historia mapuche desde el lejano origen del universo, de la denominación de las cosas, del manejo del arte de la palabra, de la observación astronómica, de la defensa del territorio  y sus  recursos valiosos y, sobre todo, la construcción de una sociedad estructurada y libre, como el vuelo de los cóndores. Una nación extendida en un territorio que iba desde el sur del Río de la Plata hasta la Patagonía y desde el Atlántico al Pacífico. De ocaso a ocaso, desde el Wvñelfe azul de la mañana hasta el rojo del atardecer. El Puel Mapu y el Gvlu Mapu. Las dos caras del País Mapuche, del Meli Wixan Mapu.


Cerca, de lo que hoy es Buenos Aires, los mapuche obsequiaron presentes  de plata a los novísimos turistas náufragos de una expedición encabezada por Juan Díaz de Solís. Estos sobrevivientes la llevaron a su España natal y alimentaron la idea de una enorme montaña rica en Plata, que deslizaba sus entrañas por un río majestuoso. Nacía Argentina.


Se acabaría la Colonia y vendría las luchas revolucionarias de la Independencia. El País Mapuche, que ya había conseguido su independencia por la vía de una guerra prolongada de 300 años y el reconocimiento de su nación por la Corona Española, vería temblar su posición y más tarde sucumbir su soberanía. Creados los estados criollos, no pasarían 60 años antes que el propio destino manifiesto de las novísimas oligarquías vieran amenazadas su integridad por la existencia de un pueblo libre en sus fronteras. La forma de ver al pueblo mapuche paso del respeto por su valentía al cuestionamiento de su condición de outsider civilizatorio. Domingo Faustino Sarmiento, el pensador argentino, escribirá su obra mayor contra los valores del pueblo mapuche: Civilización y Barbarie en las Pampas. DFS crea su dicotomía y comienza a ordenar la realidad con su nuevo hallazgo: campo/ciudad, cultura/ignorancia, europeo/mapuche, buenos/malos. La pampa en Sarmiento es el eufemismo para designar al pueblo mapuche. Más cercanos a la naturaleza, de ellos el civilizado debe huir o, mejor, combatir. Las sociedades herederas de la Europa pensante deben abrazar la ciencia, la técnica, la literatura y las artes. Argentina necesitan, dirá, promover la inmigración europea para poblar la pampa y la patagonia. El proceso implica eso sí un sacrificio: la destrucción y aniquilación del pueblo mapuche, esos salvajes que piden permiso a los ríos, a los árboles, a los animales para tomarlos. Argentina y Chile debían eliminar al Pueblo Mapuche a condición y amenaza latente de volver ambos a la Barbarie.


La Guerra se llamaría de Pacificación de la Araucanía en Chile y Campaña del Desierto en Argentina. Se usurpará la totalidad del territorio mapuche, de ambos lados de la cordillera. Crimen, muerte, persecución,  usurpación de animales, incendio de cosechas en todo el territorio, robo de madera, recursos naturales; se transformaría a la nación mapuche de pueblo ganadero en campesino de subsistencia. Por todos lados pobreza y destrucción. La población que ya estaba menguada por la Guerra de Arauco vería descender aún más su número, ahora con el desprecio y discriminación por su condición. Chile y Argentina seguirán adelante, y se caerán esas montañas antes que chilenos y argentinos rompan su pacto. El pueblo mapuche quedó apretado como trigo en un costal. Vendría la radicación. En Chile se entregaría 3.078 títulos de merced sobre 475 mil héctareas de los 10 millones antes de la Guerra. Pero eso no bastaría por que, ahora por la vía legal y la estafa seguiría la usurpación de ese medio millón de há. Vendría la propiedad privada y la migración. Todo reseñado en un magnífico libro de René Rodríguez “los mapuches en el largo sendero de la historia de Chile” (Estocolmo, 1983).


La historia mapuche es larga como esta cordillera. Fría a veces, maciza otras. Oscura y despoblada y frondosa y bella. Quizás esta historia dolorosa es también parte de nuestra historia. Que nuestras penurias y sacrificios son también parte de nuestra identidad. Los esfuerzos por levantarse de nuevo, por colocar de nuevo en el centro de la economía  y de la política la necesidad de una relación distinta a la que ha existido hasta ahora, echar mano a la capacidad diplomática y de resistencia del Pueblo Mapuche.


Anochece. La cordillera brilla como un sol blanco. Los mapuche preparan la fiesta del nuevo año. 500 mil mapuche en el Puel Mapu y un millón en el Gvlu Mapu. 







Fernando Quilaleo A (periodista)
en Twitter: @kilaleo 

11 junio. 20.55 hrs.