lunes, 20 de febrero de 2012

La Huella Narrativa. Fotografía Mapuche Urbana (1930-1950)

Anticipamos aquí algunas notas de una investigación que venimos desarrollando desde hace algún tiempo y esperamos vea la luz este 2012. Se trata de recopilación, respaldo digital, análisis e interpretación de las fotografías retrato tomadas por los mapuches migrantes a Santiago en torno a la primera mitad del Siglo XX.

Estela Inés Peña y Segundo Quilaleo Canuiqueo. Santiago,enero 2 de 1938
Hemos dicho en otras oportunidades que el cambio cultural y estructural más importante que vivió el pueblo Mapuche en el siglo XX fue la autogeneración de lo que se vino en llamar Mapuche Urbano. Y lo volvemos a afirmar.

El proceso migratorio campo-ciudad más intenso para el Pueblo Mapuche se vivió en las primeras décadas posteriores a la radicación (1881-1929). Un proceso que se verificó en los años posteriores a la Ocupación Militar del Territorio Mapuche por el Ejército chileno, conocido en la historiografía oficial como “Pacificación de la Araucanía”.

En el proceso de radicación se otorgaron en poco menos de 50 años 3.078 títulos de Merced, sobre 475 mil hectáreas y una población de 77.750 personas, según los datos del Informe del DASIN al VII Congreso Indigenista “Chile, EL Problema Mapuche” ( México, 1972).

La tasa de crecimiento y la estrechez territorial provocó la expulsión de la población joven de las comunidades y empujó la migración campo-ciudad, hacia la capital, que comenzaba un periodo de florecimiento industrial y modernizador.

Foto de C. Munizaga 1960
Testimonio de esta transición migratoria fueron los jóvenes mapuche, que debieron abandonar sus comunidades, y se vieron forzados a comenzar esta aventura hacia el espacio desconocido de la ciudad moderna, y con mínimas posibilidades de retorno. Habían sido ya socializados en sus prácticas culturales, tenían conocimiento de su idioma materno, el mapucezugun, sus  competencias laborales estaban ligadas al campo y a los ciclos agrícolas. Provenían de sectores aislados de poco, o nulo, contacto con los avances de la modernidad. Para ellos era desconocido la radio, el cine, la electricidad, las industrias, los automóviles, las fotografías y muchos otros avances. Llegaron a un país desconocido, con dificultades de inserción social y laboral, sin redes, con mínimas oportunidades y, sobre todo, debieron soportar una discriminación feroz por su origen cultural, condición económica y de género. Detalles ilustrativos de este proceso pueden encontrarse en Vida de un Araucano, del Profesor Carlos Munizaga A., CEA U de Chile, 1960 y por cierto en su valioso texto “Estructuras transicionales en la migración de los araucanos de hoy a la ciudad de Santiago de Chile”, 1961. Existe una versión digital muy útil en el sitio www.cultura-urbana.cl.

Los jóvenes de aquella época, adolescentes aún, gracias a su tenacidad, a su capacidad de resistencia a lo inhóspito, a la gran habilidad de supervivencia y al esfuerzo por salir adelante se abrieron paso en diversas labores y trabajos. Los varones buscaron empleo en panaderías, en la construcción, en carabineros y en otros oficios de menor calificación pero que aseguraban ingreso y, en  muchos casos, un lugar donde alojar. Para las mujeres  no fue distinto y encontraron trabajo como empleadas de casa particular u obreras textiles. Una muestra de estos procesos  en nuestro trabajo “Largo Viaje de los Mapuche Urbanos” en http://kilaleo.blogspot.com/2011/08/largo-viaje-de-los-mapuche-urbanos.html


Una generación completa se abría paso con atrevimiento y decisión, ocultando su origen cultural, enmudeciendo su idioma, reconociendo la sociedad en la que se instalaban y buscando afectos. El cariño y protección lo construyeron con sus pares, con sus compañeros de trabajo, en el sindicato y con sus hermanos de iglesia. Sus novios y novias provenían de la misma condición social y origen cultural, padecían las mismo racismo y la misma fuerza para salir adelante. Se conocían, se “juntaban”, se enamoraban, se casaban e iniciaban una familia nueva. Que no era parte de la sociedad moderna, al menos así se lo hacía saber, seguían siendo mapuche lejos de su tierra. Al mismo tiempo, su solidaridad los hacía volver mirada a la comunidad y ofrecer a la siguiente oleada migratoria, a la siguiente generación, una casa donde llegar, un techo para cobijarse, una cama para dormir y una familia que sería el punto de partida para repetir la hazaña de la migración.

Foto de C.Munizaga 1960
Los lugares comunes de interacción de estas primeras generaciones de inmigrantes fueron el Barrio de Estación Central, el Cerro Welen (Santa Lucía) y el Parque Forestal, la Quinta Normal, el Parque Cousiño (actual Parque O’higgins). Todos ellos espacios de diversión y esparcimiento dominical que servían al mismo tiempo como lugares de reencuentro,  de reconocimiento y membresía de una historia común. Habían otros que también hacían frente al abandono, la distancia, el esfuerzo, la incomprensión, la marginalidad y la discriminación. Véase Introducción a la Educación Intercultural Bilingüe en Chile, Eliseo Cañulef M., UFRO, (s/f en original)

            Testimonio de esas experiencias son la fotografía dominical disparada, casi siempre, por fotógrafos de caballete. Se debe considerar que la fotografía era un esfuerzo económico para los débiles bolsillos de obreros no-calificados, por ello, constituía un bien atesorado. La fotografía fue por varias décadas un lujo, del que sólo se conservaban unas pocas en cada familia de los momentos más significativos. Instante único e irrepetible, un hito que plasmaría el instante pasajero en la vida del exilio mapuche. La fotografía convertida en un testimonio no dimensionado en el momento de la obturación pero que con el correr de los años se fue convirtiendo en el retrato excepcional e inolvidable de los duros años del destierro.

No son fotografías desgarradoras  sino, por el contrario, llenas de alegría, de unos chispazos de paz, de diversión, de amor y de consuelo compartido con las que serían sus mujeres y hombres en los largos años de pobreza y esfuerzo que les tocaba vivir sin descanso. Hoy son esas fotos nuestro  patrimonio familiar, tesoro y memoria.

Foto de C.Munizaga 1960
Esas fotografías cuentan una parte de nuestra historia, el fin de un proceso inmanente, la captura narrativa del retrato y que nos ofrece hoy la posibilidad de rescatarla para nuestra propia historia, de la existencia del espacio mapuche urbano. La fotografía cumple aún un rol central en los procesos sociopolíticos de la modernidad pero, como muchas cosas, su abundancia la ha convertido en insignificante. Cuantas fotografías se guardaban en los 40 o 50, una o dos?, y cuántas se conservan almacenadas hoy mil, dos mil, tres mil? Algunas no serán vueltas a ver. De esas mil realizamos una selección de 100 o 200 que se comparten en las redes sociales, Flickr, Facebook, Twitter o en blogs. Pero aquellas que sobreviven a la selección siguen conservando, quizás, lo mismos rasgos primarios que encontramos en las fotografías de la migración mapuche, como dijera Roland Barthes en El Mensaje Fotográfico: “Si bien es cierto que la imagen no es lo real, es por lo menos su analogon perfecto, y es precisamente esa perfección analógica lo que, para el sentido común, define la fotografía” quizás sea esa capacidad analógica de lo real la que nos permite refrescar la memoria. Fotografía y memoria son el cara y sello de una misma moneda.

La fotografía de este periodo, de este proceso, de esta hazaña, tiene su significación otorgada por la memoria y la cotidianidad actual. Descifrada por la memoria ajustada a los contextos de hoy y releída medio siglo después. La relación de significación es reconstruida desde ese significante (la fotografía familia) con el nuevo significado iluminado por la memoria, por la historia y por la política. Hemos buscado dar impulso dialógico y dialéctico de aquella huella y de nuestros actuales códigos y contextos para su lectura, comprensión y proyección.





Fernando Quilaleo A.
Periodista
Febrero 18 de 2012
20.30 hrs.

1 comentario:

  1. Efectivamente, las fotografias tomadas con preparaciób y ensayo, muestran lo mejor de lo que se quiere proyectar, para inmortalizar el momento, aunque sea breve.

    Patricia Roa M.
    Lonquimay.

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